lunes, 1 de octubre de 2012

El cielo isósceles


Acostado bajo el triángulo isósceles, el silencio rodeaba la estancia elevando los sueños dos metros por encima del suelo mientras el sol abría sus ojos sobre la madera. Las campanadas del Convento de la Encarnación se empecinaban en recordar la cruzada contra el tiempo. La llave roja abría el contubernio palacio a los abuhardillados príncipes mientras la azul descorchaba las escotillas tiznadas de futuro. Cada mañana el pequeño pueblo se desperezaba como una alfombra persa mientras la calle adoquinada custodiaba bajo llave el antiguo olor a pólvora y sangre de sus muros.
El ruido cercaba a distancia este oasis como el mar lo hace a una isla. Corría la calle cuesta arriba al ritmo de la madera policromada de los portales que esperaban la próxima lluvia. Entre olas de bolardos, los coches de policía acuchillaban el silencio y cantaban como las sirenas tentando a Hércules.
La taberna de enfrente y antigua carbonería, dispensaba manjares y buenos caldos a quien cruzaba su umbral, compartiendo mesa y conspiraciones con antiguos truhanes y golfos que en aquel local se refugiaban.



martes, 25 de septiembre de 2012

La mirada del ciego


El conglomerado de políticos con alzas discute las reglas de un mundo lejano. Juegan con cartas marcadas fiándose de un antiguo astrolabio. La brújula señala ilusiones imantadas. Sentado, observo detenidamente los árboles encuadrados en los ventanales que tengo enfrente como el políptico de la Adoración del Cordero Místico de los hermanos van Eyck en la catedral de Gante.
Retiro mi atención unos segundos y la muerte se deja oir. Un sonido engastado, con cuerpo, adusto. Un cristal sucio y compacto tiembla como un columpio atormentado al ver huir a su presa. La libertad no atiende a semáforos. La muerte en forma de paloma y trazada con un tiralíneas bañado en oro, cae desde la cuarta planta con la fuerza de un mate baloncestístico. Unos segundos antes, el sentido de la vista se hubiera sumado a la defunción. 
Allí está, inerte y pisoteada como la acera en la que yace. 

El país deambula tan desorientado como la mirada de un ciego, mientras la palabra rumbo se deshilacha del diccionario de la Real Academia de la Lengua. 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Las horas narcóticas del sueño

Un muro de escasa calidad y grosor filtraba sus vidas con las de sus vecinos, aquellos con los que compartían, entre otras cosas, las horas narcóticas del sueño. Éste, año tras año, era dolosamente tonsurado en la misma fecha, el 31 de diciembre, la noche más estúpida de todos los tiempos.
Presente en la fiesta, sin estar invitado y como un mimo palpando un muro invisible, escuchaba silenciosamente la deshinibición de diez energúmenos entre gritos, carcajadas, música, delirio. Ruido.

Heku Okada se levantó del tatami cortando su mirada sobre el punto fijo que cinco horas antes había escogido en la pared. Su habitación estaba inundada de paciencia.

Sus reflexiones durante este tiempo le habían conducido a un país sin salida. Un país disgregado, estridente, amoral y mal educado.

La música tocaba a su fin. Llamó a la puerta de su vecino.

La sangre, como la lava tras una erupción orgiástica, avanzaba impenitentemente. Su serenidad observaba el espeso color rojo, que loseta a loseta, se dirigía hacia sus pies descalzos. Aún le debían seis horas de sueño.


jueves, 30 de agosto de 2012

El padre


Quiero enseñar la revista a los niños, decía una pequeña en la consulta del médico. Sentada correctamente en el sofá, las piernas estiradas y sin posibilidad métrica alguna de que doblaran en ángulo recto, mostraba la revista del revés al imaginario que tenía delante suyo. Al lado, su padre desdeñosamente le respondía: ¿A qué niños?, ¿los pintamos?
No, los de ahí, indicaba ilusionada la niña señalando delante suyo. La pronunciada miopía del progenitor arañaba una vez más, un día tras otro, el imaginario de su hija. El padre cortaba de raíz las fantasías de la pequeña como el acero afilado de una guadaña en tiempo de siembra. Ese maltrato gratuíto de los progenitores se dispensaba universalmente y a cucharadas grandes para con los pequeños...¡aaum!

La niña, al terminar de dar la vuelta a la revista, rompió un pequeño trozo de la misma a lo que el segador ordenó secamente: Deja ya la revista. El energúmeno continuaba ejerciendo su labor mancilladora esperando la llamada del médico.

Quizás crea que su actuación como padre es correcta, que la educación dispensada a su hija va por el buen camino, o ni eso y nunca se le ocurrió reflexionar ni un minuto sobre ello. Sentado en el sofá de enfrente, vislumbré la vida áspera que podría llevar este guillotinador de sueños.

Ahora que mi hija se ha hecho mayor, ya no me hace caso, se quejará años después. No me extraña. Menos mal. Era tan mona. No te sorprendas tanto, imbécil.

Médico: ¿Señor Martínez?
Imbécil: Sí, soy yo.
Médico: Pase.

Juan Tenazas
Médico especialista en estulticia paternal