lunes, 1 de octubre de 2012

El cielo isósceles


Acostado bajo el triángulo isósceles, el silencio rodeaba la estancia elevando los sueños dos metros por encima del suelo mientras el sol abría sus ojos sobre la madera. Las campanadas del Convento de la Encarnación se empecinaban en recordar la cruzada contra el tiempo. La llave roja abría el contubernio palacio a los abuhardillados príncipes mientras la azul descorchaba las escotillas tiznadas de futuro. Cada mañana el pequeño pueblo se desperezaba como una alfombra persa mientras la calle adoquinada custodiaba bajo llave el antiguo olor a pólvora y sangre de sus muros.
El ruido cercaba a distancia este oasis como el mar lo hace a una isla. Corría la calle cuesta arriba al ritmo de la madera policromada de los portales que esperaban la próxima lluvia. Entre olas de bolardos, los coches de policía acuchillaban el silencio y cantaban como las sirenas tentando a Hércules.
La taberna de enfrente y antigua carbonería, dispensaba manjares y buenos caldos a quien cruzaba su umbral, compartiendo mesa y conspiraciones con antiguos truhanes y golfos que en aquel local se refugiaban.