Desde las blancas alturas, allí donde se vislumbran los sueños eternos de los dioses, sobrevolando la selva venezolana, el pequeño pájaro mecánico dirigía su frágil vuelo de manera constante y absorvido por las futuras vistas de la Laguna de Canaima y el Salto del Angel, el cual, comprendió que la mejor manera de abrazar su destino era estar acompañado del volcán de agua durante sus casi 1000 metros de caída infinita.
