viernes, 18 de junio de 2010


El guerrero samurái, extenuado y respirando aún abruptamente, mantenía su katana estirada como prolongación de su brazo mientras miraba de reojo los cadáveres que le circundaban y que inermes, cubrían el campo de batalla. Mientras, la última gota de sangre se suicidaba dejándose caer lenta y religiosamente desde el filo de la espada, recorriendo la breve distancia que le separaba del árido suelo, no sin antes y entre medias, oír el último graznido del solitario cuervo que había observado la enfervecida y elegante lucha por la supervivencia desde el árbol de Sakura más cercano.

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