miércoles, 14 de septiembre de 2011

La princesa de los corales


Allí estaba, sentada parsimoniosa y quieta, con su biquini azul, una pierna sobre la otra, como si supiese más cosas de las que son propias de su edad. Sus labios se movían balanceados por el ritmo de la lectura que realizaba al frescor de la lata de sardinas abierta al mundo.
El resto de sus semejantes se distraían, entre gritos, con sus tempranos universos particulares mientras ella leía Princesa de los corales. Si el frescor hubiera provenido del mar, la fotografía hubiera sido perfecta. Era la única esperanza en 100 piscinas a la redonda.

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