miércoles, 19 de septiembre de 2012

Las horas narcóticas del sueño

Un muro de escasa calidad y grosor filtraba sus vidas con las de sus vecinos, aquellos con los que compartían, entre otras cosas, las horas narcóticas del sueño. Éste, año tras año, era dolosamente tonsurado en la misma fecha, el 31 de diciembre, la noche más estúpida de todos los tiempos.
Presente en la fiesta, sin estar invitado y como un mimo palpando un muro invisible, escuchaba silenciosamente la deshinibición de diez energúmenos entre gritos, carcajadas, música, delirio. Ruido.

Heku Okada se levantó del tatami cortando su mirada sobre el punto fijo que cinco horas antes había escogido en la pared. Su habitación estaba inundada de paciencia.

Sus reflexiones durante este tiempo le habían conducido a un país sin salida. Un país disgregado, estridente, amoral y mal educado.

La música tocaba a su fin. Llamó a la puerta de su vecino.

La sangre, como la lava tras una erupción orgiástica, avanzaba impenitentemente. Su serenidad observaba el espeso color rojo, que loseta a loseta, se dirigía hacia sus pies descalzos. Aún le debían seis horas de sueño.


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