martes, 23 de octubre de 2007

Uno entre tantos

Me llamó la atención el tono que tomaba la luz ese día a través de mi ventana magrebí.
Abajo, entre las plantas del patio comunal, el silencio dormido e imposible de la guardería infantil se abría paso entre las viviendas y los girasoles, transfigurados en antenas de televisión, que gobiernan los balcones y azoteas de todo Marruecos.
La afonía de la mañana se rompía persistentemente por el zumbido de la ciudad y por el fugaz lamento de algún pájaro que, destacando sobre sus compañeros, intentaba ser oído desde sus elevados dominios.
Y entre toda la estática y apagada vida de los girasoles, surgió la jubilosa coreografía de la vetusta bandera que empezó a bailar como si nadie la estuviera viendo, mientras agitaba a su inquilina, símbolo de la vida, la salud y la sabiduría.

Esta fotografía me evocó los azules e infaustos semblantes de los grises pasajeros que inundan los metros del mundo, y que dirigen sus desafiantes miradas hacia esa extraordinaria y anónima carcajada al fondo del vagón, recordándoles su actual estado de desdicha vital. Ríanse por favor.

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