lunes, 3 de junio de 2013

La sinfonía inacabada


¡Ay amigos! ¡el tiempo!, ese que mece las alegrías y las penas de los hombres como a un niño en su cuna, se deja embelesar por el baile de máscaras a la luz de esa pelea sin ganador, de ese continuo sufrimiento de las rocas por las olas del océano. El declive despuntará cuando el sol se ahogue en el horizonte de los anhelos.
Dejaría el trabajo ahora mismo para leer toda la poesía publicada desde los comienzos de la humanidad, me quedaría horas respirando el mar, esperando la llegada de algún barco de vela latina. Huiría observando a la tierra menguar. Las olas del océano, sin acordarse de la extinción del hombre, seguirán avanzando como una sinfonía inacabada mientras las ballenas aparcarían su miedo asomándose a ver la playa.
Escucharía toda la noche el ladrido del perro cansado de servir al hombre. Me quedaría quieto en mitad del bosque hasta escuchar al búho ulular, y sólo entonces, retomaría mi cansancio hacia la desesperanza. 
Entraría cada año a una farmacia para contrastar los niveles poéticos de mi corazón y sopesaría escrupulosamente la agonía de mis alientos. Abriría todas las puertas hasta encontrar el miedo. Habitaría una cabaña en mitad del bosque, lejos de todo. El balanceo de los chopos kilométricos advertiría la llegada de intrusos mientras todos los animales del bosque compartirían mesa en mitad de un claro.
El sonido de las trompetas convertiría los edificios de ladrillo en montañas milenarias, sepultando el honor de los hombres. Al amanecer, miles de caballos rebasarían al galope las colinas dejando sin amaestrar los ecos infinitos de sus cascos. Sus crines se moverían con la misma languidez que los cabellos serpenteantes de una mujer desnuda postrada contra el viento. Las curvas de su cuerpo frente al mar modularían los vientos para evitar, como un faro apagado, la llegada de barcos.

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