Seguimos olvidándonos del tiempo y entre el ruido pasajero desdeñamos que es más tarde de lo que pensamos. Ahogamos la conciencia en el paisaje de la velocidad mientras seguimos poniéndole precio a las personas. Continuamos buscando el incólume rédito al aire que respiramos a la vez que la prisa, compañera fiel del viento, obstruye
nuestros oídos exiliando a la humanidad en la cuneta. Mientras la pendiente alcanza su punto de
inflexión en su camino hacia el acantilado, la bicicleta que nos jactamos de conducir
sin manos comienza a acelerar para abrir, de par en par, las puertas del océano.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario